domingo, 21 de febrero de 2010

Con el silencio de un animal

Inestable. No encuentro la idea ni el modo de extirpar el miedo, el pánico y la inseguridad. La inseguridad, que también es como la madre de todos los miedos.
No encuentro ni siquiera ese “yo” que alguna vez, en su ceguera, tenía tanta incertidumbre como para sentirse ofendido por la existencia, y se adjudicaba el derecho de explotar insultándola o cuestionándola. El pánico. El pánico que tanto saboreé en soledad; en soledad mientras me asfixiaba la muchedumbre o mientras abrazaba a la mujer que quiero; me asfixiaba y me revolvía el estomago. Mi intestino pidió clemencia tanto tiempo, pero tanto tiempo, que hablaba hasta conmigo.
Me reconforta escribir, al menos un poco.
No podía sentir más inseguridad porque no había más que sentir. Las caras de las personas eran mentiras, eran otras cosas, no sé qué eran. Me desolaba en los ojos de cualquier persona. Me aterraba. Hasta sostengo una amistad con el abismo mucho más grande que con la humanidad; el abismo es como es, es abismo, es una sola cara que muta sin dejar de ser él mismo; hasta creo que también me reconforta.
Los rostros de las personas vomitan ideas, muchas ideas y emociones. Bastantes putas en su mayoría. Son ideas putas, no son de nadie, son ideas de autodefensa, son excusas, son seguridades, son poses, ya ni siquiera son mascaras, son carreras de autos y problemas de informática.
Un hombre anciano me comenta que el motor del auto que usaba su hijo para correr es un Ford v8 de Dios sabe qué época, original, y que su hijo se tomó todo el tiempo del mundo para desarmarlo entero y volverlo a armar. Creo que en ningún momento vio mi cara, mucho menos mis manos suaves y limpias, dignas de un hijo de la clase media acomodada.
Y aún me aterra esa soledad. No mi soledad, yo amo mi soledad. Me da náuseas la soledad de la carne; quiero que alguien me mire con los ojos abiertos. Esos ojos muertos de tiempo que no quieren seguir sufriendo porque saben que no se puede aprender nada.
Quiero ver tus ojos sabiendo que no hay dolor porque somos victimas y es mejor dejar de golpearnos.

Cuando deseas a alguien y se acuesta con otro. Cuando estás dormido con los ojos abiertos y sentís la desesperación de no poder moverte ni poder gritar. Cuando tu amigo te habla de cuáles son los mejores y más baratos “hardwares”. Cuando no podés borrar la angustia, como si se tratara de devorar el mundo. Cuando tus amigos parecen desconocidos. Cuando te ahogás viendo el mar negro. Cuando el dolor resulta más reconfortante que la búsqueda de felicidad... Se contempla el abismo como realmente es. Un abismo, no otra cosa.
No me interesa el perdón, ni gritarte, ni el mercado, ni ser glorioso, ni enseñarte algo a cambio de interés.
Te pido perdón. No es interesante la política. No es alucinante el mundo de la tecnología.
Y seguís sin mirarme con los ojos muertos, que tanto deseo, sin censura, sin miedo de amar, con el silencio de un animal.

Ni siquiera puedo desposeer algo que no es mío. Se me repiten demasiadas veces las palabras y busco nuevos adjetivos con la excusa de ser algo más llamativo. En realidad importa un carajo si uno no se puede mostrar vulnerable. No importa.
No te importa realmente.
¿Habrá alguien desvelado a estas horas, con el corazón puro y lastimado?
No importa si en mi andar comienza a verse un espectro. Porque vos lastimás en mí lo que no tenés en vos. Me contás dolores que no sentís. Me tocás lo que vos no tenés. Lo usás, lo masticás y lo escupís. Porque no lo tenés.
Y del pánico se destila el amor como un rocío helado en una humedad caliente, cerrada y llena de humo.
Pero atentos, vi el futuro. Lo vi en el mar rompiendo contra las rocas. Vi lo frágil devorar un holocausto de piedra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

te quiero.